martes, 11 de septiembre de 2012

Toc-toc


Toc, toc. ¿Se puede?

Empezaremos con un frase que puede acojonar a cualquiera: “Hola soy yo, el de hace nueve meses, tenemos que hablar”. Pero tranquila, de momento el único que se caga encima y no es capaz de mantenerse de pie por él solito es el que escribe, nadie más.

En fin, perdona el retraso, pero mandé a las musas a por tabaco y se esfumaron con todas mis frases. Dicen que prefieren echar humo a venderlo. Primero de todo te voy a abrir un poco, que esto echa un peste a cerrado que es necesario que corra un poco el aire, o que se corra quien quiera.

Me sorprende que todavía estés aquí, esperándome, muy pocas lo hacen. No creo que te queden muchos voayers, se aburren si no hay acción. Y siempre me he sentido como el novio de una stripper, todo el mundo te puede ver, pero solo yo puedo entrar dentro de ti.

He intentado matarte muchas noches, pero escribir palabras tiene la misma cualidad que decir un te quiero: una vez hecho ya es imposible eliminarlo, por mucho que te arrepientas. La verdad es que esto es como la prudencia, las carreras universitarias o las novias con bigote, justo cuando las dejas te das cuenta que no las vas a necesitar nunca más. Pero, como si la b se hubiera cambiado de sitio con la l, no sé porqué, esta noche he acabado por estos lares.

Y ya ves, aquí estoy, como el remember de una peli porno: con menos ropa y más canas que la última vez que nos vimos. Intentando encontrar un final digno a todo esto por el mismo sitio que se esnifaron la dignidad las musas, por narices.

domingo, 5 de febrero de 2012

trivial y circo

Sois mi quesito verde y yo, un funambulista.

Me gusta pensar en la felicidad como si fuera una pieza de trivial: lleno de espacios vacíos donde ir poniendo los quesitos que te vas encontrando a lo de esta partida, que ya dura 24 años: está el quesito de la familia, también está el quesito del amor, el del trabajo, el de salud, etc. No sé si la felicidad radica en conseguirlos todos, pero creo que sí que es importante valorarlos, porque hay veces que nos cegamos tanto en uno, que nos olvidamos que tenemos que cuidar todos los demás. Sé que hay quesitos que vienen y van, que hay días en los que parece que no te queda ninguno, pero hay algunos que nunca fallan, y es más fácil seguir jugando cuando sabes que vosotros, mis quesitos verdes, siempre estáis ahí.

Y nada que si esto fuera un circo, tendríamos de todo: ilusionistas, forzudos, enanas, alguna que otra mujer barbuda, payasos y varios tragasables. Yo seguro que quereís que sea el elefante, pero dejadme ser por una noche un funambulista, ¿por que? Porque todo el mundo cae, eso es seguro, pero resulta más fácil seguir caminando por la cuerda cuando sabes que en los momentos que estás cayendo, te vas a encontrar con una red en forma de amigos que te parará todos los golpes.



Gracias y os quiero.

domingo, 1 de enero de 2012

Saltar

Lo que nos pasa a nosotros es que nunca hemos saltado. Tantas veces al borde del precipicio pero nunca hemos tenido los suficientes cojones como para hacerlo. Como si todo estuviera escrito y nosotros no somos más que meros actores interpretando un guión ya decidido. Haciendo ver que estamos vivos. Siempre sin salirnos del papel. Siguiendo la vereda marcada y olvidándonos que el verdadero camino no se sigue, se hace.


Y el problema no es que les des los besos que me debes a cualquier otro perro que ladre más que yo. El problema es que no hay cajita donde guardarlos. Y hoy estoy así, como el 2.760.889.966.649, solo y con cara de primo. Sin purgatorios y sin palabras guardaras. Porque no vomité alcohol, vomité el alma, que la tenía atravesada entre pecho y corazón. Y así la resaca es menos dura.


Y como lo acabaré haciendo de todas maneras, voy a puntualizar todo esto: creo que nuestro último año ha estado lleno de puntos suspensivos… siempre dejando las cosas a medias… El punto y seguido no lo quiero. No soportaría otro año parando y siguiendo en cada acto. Al punto y coma ni verlo; que desde siempre me han dicho que es malo mezclar. Así que, supongo que lo mejor sería a partir de hoy, hacer un punto y a parte.


O el final.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Él

Como quien busca su oportunidad, nació en las rebajas. Pero lo hizo en los últimos días, cuando encontrar una chaqueta que valga la pena en un rincón de la última planta del Corte Inglés resulta algo impensable.


Era capaz de esconder en una mirada miles de sentimientos, hundiéndolos en lo más profundo de su ser y sin dejar que se escaparan ni una gota. Aunque tenía que aceptar que no podía evitar hacer ese movimiento tan extraño con sus labios. Señal de que algo le importaba más de lo que el resto pensaba. Era su gran rastro, su puerta a lo que realmente sentía.


Solía quedarse dormido con las lentillas puestas. Según decía, de esa manera era más fácil ver lo bonito de los sueños. No podía salir de casa sin reloj, eso sí, se lo quitaba cuando se sentía a gusto en algún lugar. Como si creyera que quitándose el reloj, pudiera parar el tiempo.


Siempre mordía los bolis, como si fueran ellos los culpables de su hoja en blanco. Como si al estrujarlos, le pudieran dar aquellas palabras que podían llegar a tocar almas. Y fumaba, solamente lo hacía porque decían que mataba, y eso le hacia recordar que estaba vivo.

Aunque eso sí, era un cobarde. Siempre pendiente de no dejar escapar ni un atisbo de su realidad, siempre intentando camuflarla. Hablando para nadie. Añorando a nadie. Tan cobarde, que en un segundo, era capaz de esconder su primera persona en una triste y lejana tercera.

martes, 18 de octubre de 2011

EXAMENES

Siempre había pensado que los exámenes no valían la pena. Que eran sinónimos de vulgaridad. Que era imposible resumir las cosas importantes de la vida en un puñado de preguntas. Cada vez que veía un examen se lo tomaba como un proceso donde le iban a preguntar sobre algo que realmente no iba a tener mayor repercusión en su vida. Estaba segura de que las cosas importantes no se medían de esa manera.

No había hecho un examen para aprender a querer, igual que nadie te hace un examen para decidir que estás lo suficientemente preparado para morir. No tenía que sacar ninguna nota por encima del cinco para poder tener un hijo, ni para intentar convertirle en buena persona. No hay exámenes en el sexo, ni el amor. Nadie miraba a ver cuál era la nota de corte que te autorizaba a reír, igual que no hacia ninguna selectividad para permitir que se enamoraran de ella.

Pensaba que era una tontería ir a setiembre cuando se estaba mejor en agosto, y que las mejores chuletas siempre las había hecho su madre. Estaba convencida de que el último repaso se lo daría la muerte y que ahí no te dejaban repetir curso.

Ah, eso sí, en su vida también estaba prohibido copiar, no tenía sentido aplicar algo que no había (a)probado.

SALAS DE ESPERA

Allí estaba ella, en la sala de espera de sus sentimientos. Le desesperaba esperar. Conocía ese lugar perfectamente y lo odiaba con todas sus fuerzas. Como toda sala de espera, era fría, vacía y aburrida. Tenía la sensación de que sus relaciones eran como sus menstruaciones: cortas, doloras y siempre le hacían estar pendiente de cuando llegaban y cuando se iban.

Se miró al espejo y pensó que tenía que poner a dieta el corazón, le pesaba demasiado. Por lo menos le había engordado 19 kilos, el mismo número de semanas en las que él le había estado dando de comer. Todo el mundo le decía que ese chico era un buen partido, pero hacía mucho tiempo que se había dado cuenta que una liga, no se ganaba en un único partido.

Y allí sentada, volviendo a beber la ginebra sola, pensaba en la gran mentira que era la experiencia. En lo imposible que le parecía eso de aprender de los errores. y que por mucho que se esforzara, siempre acababa en esa maldita sala esperando.

Pensaba en lo bien que le quedaban los abriles, y en lo cortos que se le hacían. Estaba harta de que por mucho calor que hiciera, siempre llegase el otoño a traer el frío.

Pero sobretodo pensaba en quién sería el siguiente. El siguiente en ser capaz de abrir la puerta y sacarla de aquella asquerosa sala. Quizás, esta vez sí, de una vez por todas.

miércoles, 17 de agosto de 2011

PIERDE



Pierde. ¿Quieres un consejo? Pierde. Pruébalo una vez a ver que tal. No crea ni adicción, ni problemas de hígado, ni impotencia sexual, así que… ¡que cojones!, ¿por qué no fracasar de vez en cuando?


Que sea cualquier cosa: que te deje tu novia, que no consigas ese trabajo, un gatillazo, que no apruebes ese examen, que te salga un grano… cualquier cosa, pero pierde. Es necesario.


Porque al ganar no aprendes nada, solamente a poner la cara esa de gilipollas prepotente, que cree que por haber ganado una vez lo podrá volver a hacer siempre que quiera con la punta de la… nariz, o mejor dicho, con la punta de la polla. Ganar es demasiado bonito, atonta y apoyarda. Cuando ganas, te crees que lo has hecho porque eres el mejor, y ahí pequeños monstruos, está el primer error. Así que siempre va bien que te recuerden que para ganar, has tenido que perder muchas veces antes.


En cambio perder es más divertido, también se te queda cara de gilipollas, pero al menos la prepotencia te la dejas en casa, junto al orgullo, el autoestima y las ganas de ligar. Perder te enseña a aprender de tu errores, a conocerte mejor y a valorar más el hipotético momento en que por lo que sea, ganes. Des de pequeños nos deberían enseñar más a perder, así no nos parecería todo tan humillante, nos parecería todo más… normal.


Ya lo sabes, si nunca ganas, por lo menos pierdes. Si nunca pierdes, nunca ganas.